Estoy leyendo un libro de Leguineche: El club de los faltos de cariño. Me apasiona la manera que tiene Leguineche de mezclar, en un sólo título, experiencias en conflictos de países lejanos y breves crónicas costumbristas. Me gusta más aún porque muchos de sus párrafos hablan de Brihuega, de Trillo, de Cañizar, de la campiña guadalajareña. Me gusta El club de los faltos de cariño porque, si el señor Leguineche me permite la comparación (que tampoco creo le perjudique) la manera de estructurar el libro se parece mucho a un blog: mezcla temáticas muy diversas, no tiene establecida una duración determinada para cada epígrafe, retoma, amplía y complementa, al final del libro, temas tratados al principio.
En uno de los primeros "capítulos", titulado "Elías", en el que habla de un amigo campiñero que se lamenta por la escasa orientación a los estudios de su hijo, Leguineche dice una frase que, aquí sentada en mi vagón del metro, entre Diego de León y Avenida de América, me arranca una sonrisa de ternura.

"La razón por la que los hijos y los abuelos se llevan tan bien es el enemigo común"
A lo mejor al enemigo no le haría tanta gracia la frase.
Pero a mi me recuerda los larguísimos veranos en Gajanejos, con mi abuelo Julián y mi abuela Julia. Era genial cuando llegaba el domingo y la casa era toda nuestra, de mis abuelos y mía. Cuando mi abuela decía: "vete ya a la calle, ya limpiaremos el polvo cuando vaya a venir tu madre". Cuando, a pesar de la insistencia de mi madre para que volviese a casa cuando el reloj daba las 12, los abuelos no miraban el reloj. Cuando mi abuelo iba "donde las gallinas" a por para un gorrión para jugar... "Torta mató a Paula, Paula mató a tres, tres mataron a cinco, y cinco mataron a tres. Tiré al que vi, mate al que no vi, comí carne no nacida, asada con palabras del espíritu santo, y bebí agua de una pila que no estaba en el cielo ni en el suelo". Historias de "torrendillos", las patatas del asado de Jadraque, los 7 cabritillos, el recién casado que cada día estaba más flaco... las he oído 1000 veces y todavía siguen haciéndome gracia con su voz.
Esa complicidad sólo puede tenerse con un abuelo. Haz lo que quieras que yo no digo ni mú.
He tenido la inmensísima suerte de ser la nieta mayor de unos abuelos jóvenes, y sigo teniendo la suerte, a mis 28 años, de tener a todos mis abuelos. He tenido la suerte de disfrutar de ellos y que ellos disfruten de mi, de aprender de ellos y con ellos, de reírme a carcajadas, jugar, comer, ver los toros y Mira Quién Baila, de sentir esa complicidad del enemigo común....