viernes, 30 de mayo de 2008

Increible Morocco

Acabo de llegar de un increíble viaje a Marruecos. Siempre digo que los viajes comienzan para mi cuando empiezo a pensar en hacerlos, y no terminan hasta que no veo las fotos y comparto las experiencias con mi gente. Pues en esas estamos, terminando el viaje...

Mario, Laura, Tito y yo, salimos de Barajas el pasado jueves con un poquito de retraso, pero ilusionados por lo que estaba por venir. Era uno de esos típicos viajes a los que en un principio se había apuntado mucha gente, que después poco a poco fueron cayendo de la lista.

Para nuestro primer día en Marrakech habíamos planeado tirar de plano y seguir paso a paso lo que mandaba la guía. Salimos del hotel y, sólo unos minutos después, un marroquí de unos cincuenta años hablaba con nosotros y se ofrecía de guía de la ciudad, alegando que su moto se había quedado sin gasolina... Acompañados por nuestro "amico" improvisado, recorrimos las callejuelas de la Medina, nos asomamos a la Mezquita, visitamos una tienda bereber y nos metimos hasta la cocina de uno de esos hoteles con encanto llamados Ryad.

Cuando vimos que en la zona donde estábamos no había ni un sólo turista, quisimos deshacernos de nuestro cicerone, y seguir la ruta por nuestra cuenta. Después de la correspondiente propina, y de dar muchas vueltas por el laberinto de callejas estrechas, conseguimos dar con la muralla, no sin antes tener que aceptar a otros 2 guías que nos salieron al paso. Es curiosa la manera ésta de buscarse la vida... La entrada es amable: "La Plaza, por aquí, venid conmigo". Y después, cuando termina la visita (siempre a voluntad del cliente), extender la mano y reclamar siempre más dinero. Y tú, con tu manera occidental de ver las cosas, piensas "has sido tú quien se ha ofrecido a venir conmigo, haber avisado de que ésto tenía un precio". Y ellos con su cultura "buscavidas" piensan "¿Qué te creías, que esto iba a ser gratis?".

El viernes por la noche, la mayorista con la que viajábamos nos ofreció una "cena típica", con cena en jaima, espectáculo típico marroquí y exhibición ecuestre. Esto es como cuando los guiris vienen a Madrid y les llevan a ver un espectáculo de flamenco en la Cava Baja y a comer un plato de paella. Yo lo llamo "la turistada". Y así es, pero ¡es que somos turistas!. Llegamos al recinto, en forma de castillo, y allí había más de 30 autobuses... jajajaja... Yo que me lo había imaginado como algo íntimo... Al final la experiencia fue buena: un lugar lleno de encanto, con un palenque central rodeado de jaima, y docenas de personas tocando, cantando y bailando folklore típico marroquí, una generosa cena a base de sopa de tomate picante, cordero asado, kuskus y fruta, y un espectáculo de caballos con su correspondiente danza del vientre, sin faltar una alfombra mágica. Muy chulo.

El sábado por la mañana cogimos una de las típicas calesas, con las que, igual que en el caso de los taxis, hay que negociar el precio antes de salir. Recorrimos las interminables paradas de taxis tan típicas de Marruecos, las calles comerciales-no-turísticas en las que la carne y el pescado se nuestra a la intemperie, encima de una caja de cartón, y el precioso colorido cálido de los puestos de especias.

El resto del sábado lo dedicamos a vagabundear-pasear-arrasar en el Zoco. Entrando por la plaza de Djemaa El Fnaa (o algo así), donde los vendedores de artesanía, encantadores de serpientes, músicos, brujos y cuidadores de monos la convierten en un auténtico hervidero de gente, llegamos al Zoco. Mi amigo el Trampas me dijo "para ver todos los zocos de Marrakech necesitas al menos 4 días". Y pensé "qué exagerado". Qué incrédula... No sabría decir cuánto tiempo se tarda en recorrerlo, porque son calles y calles, una red sin orden ni concierto en la que, una vez que entras, no sabes si has pasado o no 2 veces por el mismo sitio. El zoco de Marrakech es un laberinto lleno de lámparas, pañuelos, cachimbas, teteras, zapatillas... En el zoco de Marrakech conocen muy bien a los españoles, y más aún a las españolas: "¡María José, Carmen, María Pilar!". Debe ser que cuando llegamos allí nos convertimos en compradoras compulsivas. Se dirigen a ti como no se dirigen a sus mujeres, aprovechan para alegrarse un poco la vista mirando lo que buenamente pueden, y hacen el juego de decirle a tu chico "Pedro (todos los españoles se llaman así), te doy 3000 camellos por la mujer".

Me llama la atención ver cómo conducen, ver cómo sin señales, ni rotondas, y casi sin semáforos, los coches, motos, calesas, autobuses, burros, y todo tipo de vehículos campan a sus anchas sembrando el pánico para el que llega de nuevas. Alucino cuando veo a las mujeres montadas en moto con las interminables sayas (¡como te pegues un enganchón) y más aún con aquellas que conducen con la cara absolutamente tapada. ¡Qué miedo!.

Me vengo de Marrakech con muy buen sabor de boca (nunca mejor dicho, qué zumos, qué corderito...), con ganas de volver algún día, y un poco achicharrada. 100% recomendable Morocco.

2 comentarios:

Loli dijo...

Espero poder pisar esas callejuelas algún día, ¡qué envidia!

Anónimo dijo...

Buen artículo y buen blog.

Un saludo